De vidrio, de cerámica, de metal o de plástico, con asa o sin, con caño largo a un lado o en forma de botella. Sea como sea, la aceitera es un clásico de nuestra cocina y, aunque se han encontrado jarritas de aceite de la época romana, la forma tradicional que conocemos hoy en día también se atribuye a la cultura árabe. Hoy os proponemos un breve recorrido por la historia de este utensilio tan imprescindible a la hora de aliñar, preparar un buen pan con tomate o conseguir un buen alioli.

Tenga la forma que tenga, y sea del material que sea, la aceitera sirve para contener y verter el aceite o el vinagre de ensalada. Se cree que los primeros recipientes en forma de jarrita para verter el aceite pueden proceder de la antigüedad porque se han encontrado ejemplares en excavaciones arqueológicas, pero habrían sido los árabes quienes probablemente dotaron la aceitera de la forma clásica que conocemos hoy en día con un asa en un lado y un caño largo al otro. En catalán, también la palabra «setrill», usada para denominar las aceiteras, es de origen árabe y proviene del término setla, que significa recipiente para verter agua. Un ejemplo de estas jarritas para contener y verter el aceite se encontró en las excavaciones en las casas andalusíes del Pla d’Almatà, en la comarca catalana de la Noguera. Se trata de una aceitera de cerámica del siglo XI que habría contenido aceite, según confirmaron los análisis.

Aunque actualmente estamos acostumbrados a la versión de vidrio de las aceiteras, en un principio este material estaba reservado a familias acomodadas y no fue hasta el siglo XIX que la aceitera de cristal se fue haciendo cada vez más popular. Después llegaron los modelos de plástico que imitaban la forma original y el año 61 el arquitecto Rafael Marquina, nacido en Madrid pero vecino de Banyoles, ideó la aceitera antigoteo, una reinterpretación eficiente e ingeniosa de este utensilio de mesa que, además, ha sido aplaudida y plagiada en todas partes. La aceitera Marquina consta de dos piezas, la que contiene el aceite, y el caño curvo, ambas conectadas por rozamiento. La clave del éxito está en su doble forma cónica: por un lado, la que hace de recipiente, y por otro, el cono invertido que recoge las gotas que puedan caer después de aliñar y que los devuelve dentro de la aceitera, al mismo tiempo que hace de embudo para rellenarla. Marquina recibió premios de diseño ya en los años 60, pero su aceitera se popularizó en los años 80 y ahora lo comercializan marcas de todo el mundo.

Y vosotros, ¿qué aceitera utilizáis? Sea como sea, ya sabéis: «Aceite y vino, bálsamo divino».